Leer para aprender a caminar
DOI:
https://doi.org/10.70141/mamakuna.3.53Resumen
Enorme era mi expectativa ante el inminente arribo a Puerto El Carmen del Putumayo. Dos días antes había llegado a Lago Agrio en un avión a hélice que había superado la cordillera entre sustos, gritos, turbulencias y ensordecedores ruidos de sus motores. Así, pasé del frío y lluvioso temporal quiteño, a la envolvente y cálida humedad de la zona baja de la Amazonía. Del orden, comodidad y servicios que brindaba el aeropuerto de Lago Agrio, es decir, de las instalaciones de Texaco, migré a calles polvorientas unas, manchadas de aceite de petróleo, otras, y sobre todas ellas – que no eran muchas - a centenares de personas que vendían y compraban de todo, bajo un sol canicular y vestidos multicolores en ese pueblito que se había formado junto a las instalaciones petroleras, Lago Agrio.
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Derechos de autor 2016 Universidad Nacional de Educación
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